En aquella visita donde te contamos la historia de vida del Viejo Farmer, nos había quedado pendiente mostrarte su huerta. La grabamos en Escobar, en pleno invierno, cuando las heladas todavía marcaban las hojas y el suelo amanecía blanco.
A pesar del frío, la huerta seguía activa. Las mostazas y rúculas rebrotaban, las caléndulas florecían y las habas se mantenían firmes. Cada rincón mostraba una forma distinta de cuidar el suelo y aprovechar los recursos.
Los canteros elevados son una de sus claves. Están hechos con chapa acanalada y tela geotextil, sin fondo, y rellenos con una mezcla liviana de compost, hojas secas y restos de poda. Así evita que la tierra se compacte, mejora el drenaje y mantiene la temperatura del suelo. También le permiten trabajar más cómodo y mantener ordenado el espacio.

Empezamos el recorrido por los canteros. En el primero crecen las aromáticas: romero, tomillo, salvia y orégano. Son las más resistentes al frío y las que más usa en su cocina. En el segundo, las hojas de estación —mostaza morada, rúcula y mizuna— muestran signos del paso de las heladas, pero se están recuperando. Él dice que no las arranca, solo corta las hojas quemadas y deja que el resto rebrote.
Un poco más atrás están los repollos y brócolis. Le gusta trabajarlos porque crecen lento, pero fuerte. “Un repollo lleva seis o siete meses, y te enseña paciencia”, comenta.

Entre los pasillos aparecen las caléndulas y los tagetes. Son las plantas compañeras de la huerta, ayudan a mantener el equilibrio y atraen polinizadores. “Dicen que traen plagas, pero en realidad suman diversidad, y eso es lo que hace que todo se acomode”, explica.
En otro sector están las leguminosas: habas y arvejas. En lugar de arrancarlas cuando termina el ciclo, las corta con tijera para que las raíces queden en el suelo y liberen nitrógeno, un nutriente clave para los cultivos siguientes.
Nada en la huerta queda sin función. El suelo nunca está desnudo: usa trébol y mostaza como coberturas vivas para protegerlo del frío y mantener la humedad. En un rincón, una malla llena de hojas secas. “Esto no es compost, es reserva”, aclara. Las usa para equilibrar la mezcla cuando el compost se pone muy húmedo.
La huerta del Viejo Farmer no es una vidriera perfecta, sino un espacio vivo donde se prueba, se aprende y se adapta. En invierno, las plantas se fortalecen, el suelo se regenera y el trabajo sigue, aunque más lento. Él dice que la huerta enseña a adaptarse y que trabajar con la naturaleza, y no contra ella, es el verdadero secreto para que todo funcione.
