El 1° de agosto, Día de la Pachamama, la tierra se convierte en protagonista. En distintas regiones del país, se la honra con gestos, palabras, silencios y ofrendas. Este año, el equipo de De Raíz llegó a El Shincal de Quimivil, en Catamarca, justo en medio de una de esas celebraciones. Sin haberlo planeado, el viaje coincidió con una ceremonia que parecía salir del corazón mismo del paisaje.
La apacheta —una pequeña montaña de piedras coronada por la wiphala— estaba ya cargada de colores y sentidos. A sus pies, sobre mantas tejidas, se ofrecían productos de la tierra: maíz, papa, coca, vino, caña, agua, pan, flores secas, miel, tabaco, hierbas aromáticas. Cada uno de esos elementos decía algo. Agradecía, pedía, recordaba.
Eso es lo que se hace en este día: se agradece. Se devuelve simbólicamente a la Tierra una parte de todo lo que da. Se pide permiso para seguir sembrando, caminando, viviendo. Es una pausa que conecta y ubica.

El Shincal es un antiguo centro ceremonial incaico, emplazado en medio del monte catamarqueño. Con sus pircas, sus caminos, sus sombras de algarrobos y esa fuerza silenciosa que tienen los lugares sagrados, el sitio conserva algo vivo. Presenciar una ceremonia ancestral ahí no se siente como una reconstrucción, sino como una continuidad.
Durante la ceremonia hubo coplas, cantos y momentos de recogimiento. Gente del lugar, visitantes y familias enteras participaron con respeto. Se arrodillaron frente a un pequeño pozo abierto en la tierra para dar y pedir, no con discursos, sino con gestos simples y cargados de sentido.
Desde De Raíz solemos hablar de plantas, jardines, diseño y cultivo. Pero hay experiencias que amplían esa mirada. En espacios como El Shincal, el paisaje no es decoración: es identidad. Es memoria que sigue latiendo. Es vínculo con lo profundo.
Este primero de agosto, la tierra fue protagonista. Y quienes estuvimos ahí, simplemente nos dejamos tocar por su modo de hablar.