De aquella visita a la huerta del Viejo Farmer, rescatamos varios aprendizajes que vale la pena compartir. En esta ocasión quiero detenerme en uno en particular: el living soil, o suelo vivo, una práctica que propone mirar la tierra de otra manera y dejar que la biología haga su trabajo.
Una mirada viva sobre el suelo
Cada vez más productores buscan recuperar la fertilidad natural de la tierra sin recurrir a insumos químicos. La técnica del living soil parte de una idea simple pero transformadora: el suelo no es una estructura inerte donde se plantan cultivos, sino un organismo vivo que respira, se alimenta y evoluciona.
En ese ecosistema subterráneo, bacterias, hongos, lombrices y raíces trabajan en conjunto para sostener la vida vegetal. El desafío está en no interrumpir ese proceso natural, sino acompañarlo y potenciarlo.
Sembrar raíces en lugar de hojas
En esta visita, Guillermo me contó que no tenía hojas secas para usar como cobertura, algo que suele hacer para proteger el suelo. En lugar de eso, decidió probar una alternativa: sembrar una mezcla de once especies entre gramíneas y leguminosas.
“Cuando no tengo hojas, siembro raíces”, dijo con una sonrisa. Esa diversidad vegetal cumple una doble función: protege la superficie del suelo y activa la vida biológica bajo tierra.
Las leguminosas fijan nitrógeno del aire y lo almacenan en el suelo, mientras que las gramíneas aportan materia orgánica y mejoran su estructura. A medida que las plantas crecen, sus raíces van enriqueciendo el suelo con nutrientes y microorganismos.
Cómo funciona esta técnica
Cuando se las poda o mueren de manera natural, las raíces se descomponen y liberan el nitrógeno acumulado, que pasa a estar disponible para los cultivos siguientes.
“El secreto está en no dejar que la pradera se ponga dura o leñosa. Si la cortás a tiempo, las raíces liberan el nitrógeno y el suelo se nutre solo”, explicó Guillermo.
El resultado es una praderita viva que mejora la estructura del suelo, lo vuelve más esponjoso, aireado y capaz de retener agua, sin necesidad de arar ni aplicar fertilizantes químicos.
Un suelo que se regenera
Su huerta es el ejemplo más claro de lo que significa dejar que la naturaleza trabaje. No hay superficies desnudas ni tierra apelmazada: todo está cubierto con raíces activas, restos vegetales y una biodiversidad que se renueva. Cada cantero funciona como un pequeño ecosistema que se regenera año tras año.
Mientras hablábamos, Guillermo tomó un puñado de humus y lo desmenuzó entre los dedos. “Cuando entendés que bajo tus pies hay vida, ya no podés mirar la tierra igual”, me dijo.

Producir mejor, no más
Su forma de trabajar resume una filosofía sencilla y poderosa: en lugar de producir más, busca producir mejor, respetando los tiempos naturales de la tierra.
Y aunque él lo aplique en su huerta y en los pastos que alimentan su ganado, la enseñanza vale para cualquiera que cultive algo, desde una maceta hasta una chacra: si se cuida el suelo, todo lo demás florece.
















