Una de las claves para proteger nuestro espacio verde es prestar atención al césped. Durante la helada, cada hoja de pasto está congelada y extremadamente frágil. Caminar sobre él en ese estado puede quemarlo: las pisadas rompen las células congeladas y dejan marcas marrones que tardan semanas en recuperarse. Por eso, si ves escarcha, evitá pisar el césped hasta que se haya derretido por completo.

Otro truco sencillo pero muy útil es el riego nocturno antes de una noche fría. Aunque suene contradictorio, regar antes de la helada ayuda a que la temperatura del suelo no baje tanto. El agua actúa como un aislante: libera calor al congelarse, y eso puede ser suficiente para evitar que las plantas más sensibles sufran daños. Lo ideal es hacerlo al atardecer, cuando el suelo aún conserva algo de la temperatura del día.
También es importante observar qué zonas del jardín son más vulnerables. Los rincones sombríos, cercanos a muros o con poca circulación de aire, suelen acumular más escarcha. Si tenés macetas con especies delicadas, tratá de moverlas o cubrirlas con una manta, un lienzo o incluso una caja invertida (¡nunca con nylon!).
Y si bien el jardín pide calma, el invierno es el momento ideal para enfocarnos en las plantas de interior o las que están bajo invernáculo. Aprovechá estos meses para observarlas, hacer trasplantes, limpiar hojas, ajustar riegos o incluso reproducir algunas. Mientras afuera todo parece en pausa, adentro se puede seguir trabajando.

En estos días fríos, el jardín no necesita tanto de nuestras manos como de nuestra atención. Mirar, anticipar, proteger… y esperar a que el sol vuelva a calentar la tierra.
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