Por Lola Lopéz de Bichos de Campo
Una hora de ida, otra de vuelta (como mínimo). Encierro, luz de tubo y las cervicales a los gritos. “Estaba agotado de trabajar en el centro, de viajar todos los días. Con Celeste, mi compañera, estábamos muchas horas fuera de casa y encerrados en oficina, con muy poca luz solar”, recuerda Gastón Savino, diseñador gráfico primero, luego jardinero y ahora también productor y afincado en Escobar.
“Por todo esto quisimos cambiar de rubro y de vida, así que cuando lo decidimos necesitaba tener una salida laboral y encontré la Tecnicatura en Jardinería en la universidad de Morón, que me fue muy útil ya que es corta, práctica y muy interesante”.
Así fue como Gastón dejó las luces del centro y las pantallas para abrirse camino trabajando al aire libre. Empezó con mantenimiento de parques y jardines, siguió con la producción de alimentos y ahí en seguida se asomó a la agroecología. También trabajó como agente del programa Prohuerta, que lamenta que se haya discontinuado.
“Por la misma gente que fui conociendo y por las capacitaciones que realizaba me formé como promotor y, cada año, recibíamos semillas e información para ayudar a colegios o a particulares que quisieran tener su propia huerta”, explica. “Era una forma de complementar la alimentación familiar, de obtener herramientas para ser autosustentable desde la producción. Lamentablemente se discontinuó a pesar de que todo era gratis, incluso los promotores que trabajábamos ad honorem”
-Hoy usted trabaja en instituciones y colegios en promoción de huertas urbanas. ¿Cómo es ese trabajo? ¿Con qué fin se hace?
-Me acerqué a APANNE (Asociación de Padres y Amigos del niño Neurológico de Escobar) y a Fundación Pertenecer de Escobar que tienen programas de inclusión social y laboral. La huerta es una gran herramienta porque brinda la noción de trabajo a largo plazo, el sentido de paciencia y de perseverancia. Sembrar y cosechar los frutos, planificar, conocer los distintos tipos de producciones que hay, conocer las plantas según las estaciones… muchas cosas. La huerta es un ser vivo y va cambiando durante el año. Todos los chicos trabajan en actividades variadas, desde la siembra hasta la cosecha, e incluso en la elaboración de biopreparados. Los resultados son espectaculares.
-¿Por qué considera que hay que promover la autoproducción casera. ¿Cómo se “convence” a la gente?
-Lo que se requiere es el compromiso de los vecinos y hoy ya no hay que “convencer” a nadie, las personas se acercan por curiosidad y por el deseo de aprender. Siempre la idea es que esto se replique en las casas y que sea sostenible, por lo tanto se trabaja con sistemas de almácigos, cajones y huertas elevadas para que no haya que estar tanto tiempo agachado y pensando en quienes no poseen espacio. Por eso partimos de la medida de un metro por un metro. Siempre hay un espacio para producir. Pero si no se tiene ni ese metro, se usa la huerta comunitaria.
-¿Se aprende fácil?
-Es que en verdad se trata de despertar el conocimiento que todos tenemos, no de aprender algo difícil o lejano, porque la relación con las plantas es intrínseca a nosotros como humanos. Lo bueno es que a través de la huerta se abre a un mundo lleno de actividades y posibilidades, de intercambio, de charlas. La idea es establecer una relación con lo que comemos.
-Usted habla de la importancia de que haya consumidores-productores e involucrados con la producción de alimentos. ¿Por qué?
-Porque considero que la agroecología no se constituye con un productor aislado, porque a eso le falta una parte clave que es el consumidor; se tienen que unir los dos mundos para lograr resultados.
-¿Qué tipo de resultados?
-La agroecología apunta a desarrollar una buena relación entre todos los seres. Y justamente, los consumidores son seres que están en relación con la huerta de forma constante. El problema fue cuando, desde hace un tiempo a esta parte, el consumidor se desligó de ese trabajo y paso a ser solo un cliente.
-Claro, en la época de nuestros abuelos era común producir el propio alimento…
-O al menos sabía de qué forma llegaba el alimento a su casa y cómo se producía. Eso cambió y de pronto mucha gente no se sabe el origen de lo que come lo cual, a mi entender, produce una catástrofe en el modo de alimentarse y de relacionarse con la comida. La gente come para subsistir y con esta lógica elige lo más barato y fácil de preparar, o lo que encuentra en las góndolas. Y ya sabemos las consecuencias de este tipo de alimentación.
-¿Qué implica ser lo que usted denomina “consumidor consciente”?
-Comprender la importancia de elegir una alimentación variada, de estación y de productos directos de la granja, como huevos, miel, leche, quesos y saber cómo se preparan. Cuando el consumidor se conecta con esos procesos y conoce costos de inversión y tiempos, se relaciona de una forma más empática y entiende el valor de lo que come y hasta le presta atención a cómo se alimentó y trató al animal que dio origen a ese alimento que está comprando.
-¿Por eso las huertas abiertas?
-Desde ya, porque cuando el productor se aísla o se esconde, nunca resulta algo bueno. En el caso de la producción convencional, que usa agroquímicos, se esconde el modo a propósito para tener libertad de acción. Pero en la producción orgánica o agroecológica la idea es completamente distinta, se trata de abrir la producción, que participe el consumidor e inclusive financie parte de esa producción.
-¿Financiar de qué modo?
-Asegurándole la compra al productor antes de sembrar o de criar los animales. Un consumidor que visita una granja y conoce el origen de los huevos pastoriles, difícilmente compre un maple barato producido de forma industrial. Lo mismo con la fruta y verdura: cuando comprende el ciclo productivo según las estaciones, deja de buscar tomate en invierno.
-Usted menciona que en los lugares donde trabaja se celebra la Pachamama, como forma de conectar al ciudadano con la tierra. ¿Da resultado? Porque a veces estas celebraciones se vacían de sentido y solo queda una acción cosmética.
-Lo hacemos todos los años y es una ceremonia muy fácil de interpretar. Es el primero de agosto, un momento de baja actividad en las huertas, y se trata de agradecer a la tierra, reconectar con el ciclo natural, tomarse un tiempo de reflexión y recargar energías junto con la comunidad y con el lugar donde se produce. Se hace un pozo en la tierra y se dan ofrendas de todo lo que se produjo en el año; la persona de mayor edad de la comunidad lleva adelante la ceremonia y los demás participamos. Prendemos un fuego, se prepara comida, se comparten música y charlas. Y al final se bebe caña con ruda y hojas de coca para que la experiencia sea bien sensorial y se disfruten de aromas y sabores. La gente se va feliz, con la sensación de haber participado de una ceremonia que tiene cientos de años.
-O sea, se conectan realmente con la naturaleza.
-Es que la autoproducción casera o comunitaria de alimentos no implica solo llevarme lechuga y tomate a casa, sino despertar a la conciencia de que una familia puede autoabastecerse, que se puede producir medicina, cosmética, mermeladas, lácteos. Todo eso se puede hacer, como siempre lo hizo la humanidad, y no ir tanto al supermercado ni depender tanto de las farmacias. Cuando ese concepto cala en la comunidad, también aparecen los “pero”: no es rentable, no es viable, no se puede. Sin embargo, lo que se busca es despertar el sentido de poder, de manejo de la salud, de administrar la alimentación de nuestras familias. Esto genera empoderamiento porque en la actualidad sembrar, cuidar y cosechar un alimento es hacer la revolución.
-¿Cómo es su vida hoy?
-Con Celeste, mi compañera, hemos formado una familia por adopción, así que estamos en proceso de conocernos. Y tenemos una vida en el campo, de conexión con la naturaleza; llevamos una vida linda y alegre.