El Litoral argentino es mágico, como cada región de la vasta Argentina, y lo es mucho más cuando el paisajismo permite que se exprese lo nativo, lo que es de ese lugar, lo que crece con naturalidad, eso que está llamado a ser allí. Con ese concepto diseña espacios Valentina Arruabarrena, agrónoma y paisajista.
Nacida y criada en Concordia, Entre Ríos, Valentina creció con las vivencias del campo familiar en Curuzú Cuatiá, Corrientes y en Gualeguay, Entre Ríos. Allí es donde desarrolló ese apego tan fuerte con la tierra, con los animales y las plantas. Pero cuando terminó el colegio se fue a vivir a Buenos Aires, se casó con Silvestre y fruto de ese amor nació su hijo Martín.
Su hogar base actual está en Pilar, pero por trabajo viaja seguido con su familia al Litoral y a la Patagonia, tratando de transmitir los buenos valores y las cosas simples de la naturaleza, pero también haciendo lo que le apasiona. “Más que una profesión el paisajismo es una vocación. Doy gracias a Dios de poder hacer y vivir de lo que me gusta”, confesó en diálogo con De Raíz esta amante del Plant Hunting, que disfruta de salir a recorrer en busca de especies con potencial ornamental, allí entre el pastizal y el monte correntino, recolectando semillas y plantulitas.
“Qué lindo es ser Jardinera, y salir a recorrer y mirar un jardín. Creo que cuando salgo a un jardín, pierdo la noción del tiempo y la abstracción es tan grande que me olvido de todo”, agregó la agrónoma que hace 10 años daba su tesis final en Floricultura.
Para Valentina, que hace paisajismo desde hace un par de años, no hay una sola cosa a tener en cuenta en el momento de diseñar. “Lo primero es conocer y entender el entorno, una tarea que aparenta ser sencilla pero que no es tan simple de gestar. La observación e interpretación del espacio es uno de los primeros pasos, para poder llevar la impronta del lugar a un jardín, y poder generar un dialogo en armonía con el paisaje natural”, explicó.
Otra ventaja de la observación según Arruabarrena es que, “cuando usamos especies que ya funcionan bien en la zona por su suelo y clima, disminuimos fracasos de implantación”.
Aquí entran a jugar un papel importante las plantas nativas. El ñandubay, el algarrobo, el espinillo, el chañar, el tala, el molle y el timbó son algunas nativas típicas del Litoral entrerriano por poner solo algunos ejemplos. Aquí vale la pena mencionar también al lapacho, el cual, aunque es más bien originario de las yungas tucumanas, se encuentra naturalizado en el Litoral. Además, Arruabarrena emplea con frecuencia gramíneas tales como: Deyeuxia viridiflavescens, Melica macra y Schizachyrium microstachyum. “Pongo el foco en emplear gramineas nativas de la región con potencial ornamental”, expresó.
Otras especies que emplea Arruabarrena en su campo de Gualeguay son: Eupatorium y Vernonias nativas, muchas especies de Salvias, Dahlias, una gran plantación de Alcauciles, Echinaceas, Rubdeckias, y gramíneas de porte bajo. Su objetivo es probarlas antes de proponerlas para sus clientes, de modo tal de conocer cómo será su desarrollo y poder elegir el lugar adecuado y explicarles el manejo que deberá tener.
“El litoral tiene muchos ambientes, y muy diversos, desde humedales en los esteros, hasta espinal y pastizales, y bancos de arena en la costa de los ríos. Por eso es muy amplio el abanico de especies que utilizo, siempre adaptándome al ambiente en el que trabajo, priorizando la elección de plantas nativas”, remarcó la agrónoma y paisajista.
Es por esa razón que el clima se vuelve otro factor clave, determinante e inmanejable, ya que la zona no tiene un régimen estable de precipitaciones, sufre vientos y heladas. “Podemos tener excesos y déficit en diferentes épocas del año. Hoy en día, el cambio climático nos ha llevado a que tengamos más complicaciones, y que este factor sea muy determinante en una plantación”, señaló.
“Justamente el Litoral constituye el área de transición entre los sistemas terrestres y marinos. Es una frontera ecológica que se caracteriza por intensos procesos de intercambio de materia y energía. Son ecosistemas muy dinámicos, en constante evolución y cambio. Por tal razón, es muy importante conservar su valor geomorfológico, biológico, patrimonial, estético y ecológico”, resaltó.
Por supuesto que para Arruabarrena “un ítem muy importante es entender las necesidades y requerimientos de los clientes. Para eso en necesaria una entrevista y un buen diálogo. De esa forma trato de proponer espacios que reflejen la personalidad de sus dueños”. Actualmente lo que más le demandan es un diseño de bajo mantenimiento. “Hoy el tiempo es más escaso para ocuparse ellos mismos y tampoco es fácil conseguir personal capacitado. Por otro lado, buscan jardines sustentables, con aspecto más natural y uso de plantas nativas”, indicó.
Para poder dar respuestas a todas esas demandas es que Arruabarrena montó su propio jardín experimental en el campo. “Allí es donde tengo el desafío más grande: el de ser cliente y paisajista, allí tengo la vara más alta; pero realmente ese es mi lugar en el mundo, donde hago jardinería con mucha felicidad y libertad, con el único limite que me marca el horizonte. El desafío es no pelearme con él sino buscarlo e incorporarlo. Este lugar me motiva, me desarrolla y puedo acrecentar el espíritu de asombro y el ejercicio de la paciencia”, reconoció.
¿Qué recomendación le daría a alguien que quiere vestir su jardín en el Litoral? “Les recomendaría que no pierdan la esencia, es decir que no quieran algo alejado de la realidad del lugar, que traten de introducir especies nativas para ayudar a nuestro ecosistema para no seguir devastándolo sino que quieran protegerlo aumentando la biodiversidad, que trabajen de forma sustentable el jardín sin agroquímicos y con materiales de la zona. Esa es la jardinería del siglo XXI y es la que trato de adoptar”, concluyó.